domingo, 20 de febrero de 2022

La venta de Costilla en Villafáfila, nido del bandolero Chafandín.

 


Leyendo tesis doctoral realizada por el libro de Manuel Martín Polo “EL BANDOLERISMO EN CASTILLA DURANTE LA EDAD MODERNA. SEGOVIA, 1780-1808” por sugerencia de villafafila.net a quien agradezco la noticia, me encontré que mencionaba a Antonio Barroso alias Chafandín, natural de Otero de Sariegos y vecino de Villafáfila (Zamora), en cuyo término su padre regentaba la llamada venta de los Costilla.

Causa secreta contra Antonio Barroso Chafandín A.R.Ch. V  Causas Secretas


También se menciona la venta de Costilla, en Villafáfila (Zamora), regentada por Manuel Barroso alias Palomo, padre de Chafandín, donde solían concentrarse los bandoleros y los contrabandistas que se dirigían a Portugal.542542 A.G.S., Secretaria de Guerra, leg. 6.185, carpeta 2, especialmente la correspondencia entre el duque de Alcudia y el conde de Campo Alange, fechada el 28 de abril de 1795; también A.R.Ch.V., Pleitos Criminales, 86-1, pza. 17, donde se confirma que la venta de Villafáfila era punto habitual de cita y reunión, como lo eran Ifanes (en Portugal) o San Juan de Pie de Port (en Francia).


Venta de Villamanrique


Las ventas eran establecimientos situados en descampado en los caminos transitados, donde buscaban reposo los transeúntes  que circulaban por los mismos. Buenos ejemplos de ellas son los descritos por Cervantes en El Quijote. En ellas tenían acogida desde clérigos o caballeros hasta rufianes y contrabandistas, teniendo los venteros mala fama.

Venta de La Motillas


La venta de Villafáfila fue construida antes de 1750 por don Francisco Costilla y Zambranos, un rico hidalgo de la villa en el cruce de la vereda de Toro a Benavente y el camino de Otero a Cerecinos y Villalpando, en las proximidades de la ermita de Villarigo.

Ubicación de la Venta de Costilla. M.T.N. 50 Hoja 340


En la declaración de seglares del Catastro de Ensenada se anota que mide cinco varas de alto por 16 de largo, que le rentaba 620 reales anuales, de los cuales tenía que dar al concejo cien por vender vino, cebada y paja.

La venta rentaba en 1786 tres mil reales anuales, 1100 de los cuales le hizo cesión a su hijo Antonio, para ser ordenado presbítero hasta que consiguiera un beneficio eclesiástico, aunque yo creo que Costilla infla el valor, pues es para beneficio de su hijo y no con fines fiscales.

En 1822 la venta pagaba al ayuntamiento 220 reales de arbitrio

En 1826 se anota en las cuentas municipales: “por la venta de consumos en la Venta de los Costillas 400 reales”. 

Esa cantidad de 400 reales como arbitrio municipal se consolida y en las cuentas municipales de 1833 se anota "Por el establecimiento o arbitrio de la Venta de los Costillas conforme a concordia inmemorial, cuatrocientos reales". Vemos que lo inmemorial se remontaba a una década como mucho.

En 1850 se recarga el vino que se consume en la venta en la misma cantidad que a los abastecedores de la villa, para pagar los recargos en el impuesto de consumos

A lo largo del siglo XIX se anotan varias defunciones en la venta que estaba incluida en el territorio parroquial de Santa María, desde un pobre de Bustillo del Páramo en 1804, “arrimado a la Venta”,  o hijos del ventero o de la mesonera, o en 1845 en la primera actuación conocida de la recién instalada Guardia Civil la muerte a tiros de Ventura Medina de Tapioles.

La última mención que he encontrado a la actividad de la Venta de Costilla es de 1867 cuando el cura de Santa María anota en el libro de difuntos  el fallecimiento  en la misma por muerte violenta de Juan García Salazar, de Mayorga, de 23 años “tratante de caballerías llamados vulgarmente gitanos”.

En la década de los 70 del siglo XIX se abandonó su actividad, pero el edificio seguía siendo habitable, provocando el temor de los vecinos de que pudiera convertirse de nuevo en refugio de malhechores. Así en la sesión de 7 de noviembre de 1879 se anota "El señor presidente llamó la atención sobre el estado en que se halla la venta de Costilla que por estar bien habitada ofrece temores de que en ella se puedan abrigar malhechores, se acordó que el señor alcalde pase comunicación detallada para proceder a la debida vigilancia y al dueño de ella o su administrador a fin de que ponga persona que la habite o proceda a su destrucción"


Ubicación de la Venta en Google Maps


Tratando de encontrar referencias a estos personajes repasé los registros parroquiales de Otero de Sariegos y de Villafáfila sin encontrar la partida de bautismo de Antonio Barroso, que debió de nacer hacia 1777, pues contaba 23 años cuando murió en 1800, bien porque no hubiera sido bautizado, bien porque lo fuera en otro lugar antes de que su padre fuera ventero en Villarigo, donde al menos ya lo era en 1786 cuando vende una yegua a Manuel Mateos, de Villafáfila (A. P. Za. Notariales C. 7936). Un hijo suyo es enterrado en Santa María, parroquia  a la que pertenece la venta ese mismo año y también  en ella se casa una hija, Antonia Barroso González, con un viudo de Benavente. Tres años más tarde, en 1789,  se casa otra hija del ventero, Vicenta, con otro viudo de Fresno de Sayago y se establecen como mesoneros en Toro (A.R.Ch. V. Criminales C.127-3). En 1808 fallece Francisca González, madre de las mismas, en la venta de Villarigo a los 50 años, no sabemos si seguía vivo Manuel Barroso, porque no he encontrado su defunción. El significado del mote Chafandín hace referencia a una persona vanidosa y de poco seso.

Tenemos otro testimonio coetáneo cuando Félix Barquero, cirujano de Villarrín, pleitea contra Manuel Barroso, ventero de Villarigo, porque había asistido a su hijo José Barroso de tres graves  heridas  producidas en febrero de 1786 en Otero de Sariegos, en la noche del cinco de febrero de 1787 le habían herido de muerte, estando jugando en la casa de Josef Méndez, vecino de Otero, en compañía de dos sujetos forasteros y una mujer que se decía de corte y el uno de ellos conocido por jitano y nombrado Matías Rey.

Ni José ni Manuel Barroso se presentaron como parte en la causa formada por el alcalde de Otero y no se pudo seguir de oficio por encontrarse el agresor en paradero desconocido.

Declarada la sanidad del herido el alcalde mayor de Otero determina que se restituya a casa de su padre y se le previene no acompañe con aquella clase de  sujetos (A. R. Ch. V. Ejecutorias 3562.3).


(A. R. Ch. V. Ejecutorias 3562.3).

El bandolerismo en la comarca a finales del siglo XVIII era una plaga, y así lo declaran varios testimonios.

En 1784 unos ladrones mataron en San Esteban a Jacinto del Pozo, vecino de Villafáfila y al servicio del Consejo de Hacienda.

Un grave problema con que se encuentran García de Bujanda, administrador y Manuel de Húmara, contador de la Real Fábrica de Salitres de Villafáfila durante los primeros años de funcionamiento, para el manejo y transporte de los caudales necesarios para la fábrica, que se traían desde Zamora, era la gran cantidad de bandidos que se encontraban en las inmediaciones de Villafáfila, corriendo gran peligro de ser atracados, por lo que proponen que cada vez que viajen al pueblo con dinero, se les adjudique compañía de los dependientes de las Rondas de Zamora o Benavente hasta que pueda haber un destacamento de soldados de modo permanente en la villa: 



   

  La multitud de contrabandistas y ladrones que handan en todo Campos, es tanta, y partidas tan grandes, que se juntan en quadrillas de cuarenta, y no bajan de diecinueve. Su osadia es tal que, a presencia mía en Villafáfila, han entrado a las ocho de la mañana, han capitulado con la justicia, y aún hasta querer llebar presos a la misma justicia a un lugar que tienen, que se pude llamar propiamente suio, a media legua de la villa, en donde ay estanco público de tabacos y quantos Guerreros se quieran. La misma justicia de Villafáfila les tuvo que afrontar 5.000 reales que le pedían a un vecino,... ha esta buena jente se les han juntado mas de 270 desertores de presidio, los más malos y facinerosos que se pueden dar. En Villafáfila no me atrebo a tener más que el dinero mui preciso, pero habiendo tenido noticia el día de ayer, que están por allí estas jentes y que acaban de hacer una muerte más arriba hacia Benavente, no me he determinado yr esta semana a Villafáfila ..., tanpoco podemos mantener allí dinero, porque, por lo endeble de las casas y por este genero de jentes, lo tendríamos espuesto, por lo que he remitido al sobrestante y al maestro el dinero que me ha parecido suficiente para el pago de la semana

No sería fuera de propósito, aunque no ycieran nada, que las rondas de aquí, donde ay bastantes dependientes por todas las Rentas, rondasen aquel Pays, y lo mismo las de Benavente y Valladolid, y aun, si fuese necesario, nos acompañasen, pues todos son Haberes Reales, de ynterin que con este Comandante General pueda yo proporcionar ponga en aquella villa 40 ó 50 soldados, lo que no podrá tener efecto de ynterin no buelban de conducir unos 500 prisioneros que llebarán pasado mañana al Palacio de Fuenfria.

Zamora 29 de Novre de 1794.

Don Juan Y. Gª de Bujanda

                                                           Sres Directores Generales de Rentas

 

El lugar que describen como guarida de los ladrones a media legua de la villa, donde habían instalado un estanco de tabaco, contrabando al que se dedicaban estas cuadrillas, sin duda se trata de la Venta de Costilla situada a unos tres kilómetros del pueblo.

 En posteriores cartas sigue insistiendo en el gran número de bandidos que hay en la comarca: “los muchos contrabandistas y ladrones que circundan, tenemos que los de la villa no son nada menos, pues han robado 900 reales”. “A dos leguas de Villafáfila 18 contrabandistas el dia 25 de los corrientes [junio 1795], se juntaron con  otros hasta 25 y pasaron a San Cebrián donde las gentes se tuvieron que reunir en la yglesia y campanario y hubo un fuerte escopeteo y en este pueblo que consta de más de 150 vecinos, hicieron burla del y saquearon las casas

En la siguiente le comenta: “esto va cada día peor pues no ignoraran VSS el ultimo caso acaescido en Villar de Ciervos”.

 

Bandoleros en el siglo XIX

La mayor parte de los contenidos están referenciados a la tesis doctoral antes citada.

Un bandolero, Gaspar Ruyano, Gasparón, fue sorprendido en la venta de Villafáfila (Zamora) la noche del 8 de diciembre de 1793 por una ronda de presentados, entre los que se encontraba Juan Gómez. A su cuadrilla se imputaban, entre otros, el reciente robo de más de 10.000 reales en oro a Baltasara Fernández en Berrueces (Valladolid) o el intento de apoderarse de los caudales reales en Castrogonzalo el 19 de noviembre .

A veces los bandoleros contaba con la aquiescencia cuando no la colaboración de las justicias de los pueblos, como relata Martín Polo cuando el 8 de mayo de 1794 pasaron por Villarrín de Campos cuatro contrabandistas a cargar géneros en Portugal pero “en lugar de prenderlos, así la justicia como los hombres nombrados para este fin los auxiliaron con víveres y aunque volvieron los citados contrabandistas y se auxiliaron en otra villa inmediata a aquella media legua, tampoco han procurado el perseguirlos, ni menos dar parte a los lugares más inmediatos”. Al calor de este apoyo –nos dice- no sólo se están incumpliendo las leyes, “antes las menosprecian, por cuyo motivo cada día van creciendo el número de los contrabandistas”.

La Venta de Villafáfila fue el refugio de algunos bandoleros que habían atracado  en abril de 1795 en  Martín Muñoz de las Posadas, los caudales destinados a las obras de la carretera de Castilla, y desde  aquí algunos pasaron a ejecutar nuevos asaltos por la comarca de Tierra de Campos (Martín Polo. Tesis)

En abril de 1796 la cuadrilla de Pelayo León, Vicente Melero, alias Vicentillo o Cuatro Ojos, Vicente Abad, alias Coquillo, Juan Benito Prior, alias el Herrador de Palazuelo de Vedija, Juan Antonio, alias el de la venta del Borto, Antonio Aguirre, alias el Cestillero, Antonio Rivera, Juan el Valenciano y –quizás, según las ruedas de presos- Manuel Barroso, alias Palomo, ejecutaron una serie de robos. El primero de esos robos fue en Bretó, al cura Andrés del Río, en su casa, arrebatándole 18.674 reales en oro y plata, cuatro mantas de Palencia, dos escopetas, un lignum crucis, una cartera de seda, cuatro pañuelos, dos sábanas buenas, manteles, un reloj tasado en 400 reales y otros efectos. Pasaron a continuación a desplumar a dos tratantes de ganado a quienes conocía Abad. Uno era Casto Aliste, vecino de Villaveza del Agua, de quien obtuvieron dinero y alhajas de oro y plata, destacando un rosario engarzado con cuentas todo de oro; en cambio, no se llevaron los cubiertos de plata que tenía. También cogieron algunas onzas de oro, varias piezas de lienzo y ropa blanca para mudarse. El otro robo fue al tratante de ganado José Gutiérrez, vecino de Barcial del Barco, de quien obtuvieron dinero, alhajas y comestibles. Según la confesión de Pelayo León, los tres golpes les reportaron unas 50 o 60 onzas de oro que repartieron en un monte cercano a Tapioles en nueve partes iguales antes de dirigirse a Tordesillas, donde se separaron.

En estos atracos, se cuidaron de administrar sus fuerzas, adaptadas a cada uno de los objetivos. En casa del cura de Bretó tan sólo se presentaron cuatro o cinco asaltantes; en los otros dos robos a los tratantes de ganado, la presencia de criados y armas en las viviendas aconsejaron un despliegue más convincente, en este caso entre 14 y 17 salteadores. A tenor de las descripciones que dieron de ellos, parece que también tuvieron la precaución de no entrar los mismos en una y otra casa para despistar a futuros reconocimientos. Así, en el robo a Barcial el 9 de abril de 1796, uno de los salteadores (Antonio Rivera, según la confesión de Pelayo León) disparó hacia la puerta abierta de un pajar, alcanzando de lleno e involuntariamente al sastre Antonio del Barrio alias Chimeno, que estaba allí oculto.

(Casto Aliste y José Gutierrez, más que tratantes de ganado eran ricos hacendados comarcales que tenían labranzas y rebaños de ovejas, y frutos de sus ventas guardarían dinero en sus casas.)

Así intimidaron a Casto Aliste, vecino de Villaveza del Agua cuando le asaltaron, espetándole sus inesperados visitantes “ven demonio que te hemos de degollar, que ya esta noche degollamos a otro, y así preséntanos todo el dinero y cuanto tienes”.

En estos robos también contaban con colaboración esporádica de algunos vecinos de los pueblos como los dos mozos del lugar de Barcial, que se encargaron de cuidarles los caballos mientras estaban ocupados, por cuya ayuda les gratificaron con 30 reales antes de encaminarse a Villaveza del Agua.

 


A finales del siglo XVIII actuaban en las provincias de Castilla varias cuadrillas de bandoleros, los más famosos eran cabecillas Chafandín y Melero. Chafandín que, Antonio Barroso alias Chafandín, en su tiempo el Robin Hood o Diego Corrientes de Castilla, se decía  natural de Otero de Sariegos y vecino de Villafáfila (Zamora), en cuyo término su padre regentaba la llamada venta de los Costilla. Ambos fueron ejecutados a comienzos del siglo XIX cuando contaban 23 años. Melero, sentenciado a muerte por la Chancillería de Valladolid, murió entre el 16 y el 18 de mayo de 1800, mientras que Chafandín lo hizo a manos de su compañero Manuel Fernández, el Pollo, quien le abatió con dos disparos por la espalda el 23 de noviembre de ese mismo año. El motivo había sido una pendencia entre ambos dentro de la cuadrilla. Muerto Chafandín, sus compañeros se repartieron las 30 onzas de oro que llevaba y avisaron al cercano monasterio de Valbuena (Valladolid) que había un cadáver en el monte, para que lo enterrasen, dejando en un bolsillo de su chaleco una esquela que le identificaba. Gracias a este episodio, el alias del bandolero se perpetuó, aunque a través de un cauce bien distinto. El lugar en que le mataron está en la que pasó a denominarse “finca del Chafandín”, hoy integrada en el pago de unas bodegas que producen un vino ribera de Duero –por lo demás laureado- conocido con el apelativo del que fuera famoso bandolero. Uno de sus compañeros de cuadrilla, Pascual García Rechiles, declaró que, después de ese lance, ya no tenían confianza unos de otros y se miraban con recelo. Por ello se concertaron para vengar a Chafandín y dos días después de su muerte, estando en el monte de la Espina (Valladolid), otro de sus compañeros –Pedro González Periquillo- atravesó la cabeza del Pollo de un disparo por la espalda. Llevaron el cuerpo al cercano monasterio cisterciense de la Santa Espina para que le dieran sepultura, envuelto en lienzo blanco y con una esquela que rezaba: “Este es el Pollo, muerto a manos de sus compañeros porque quitó la vida a Chafandín, por desflorador de doncellas y por maltratar a los sacerdotes”. Acto seguido, la cuadrilla quedó disuelta. (Martín Polo)

En la provincia de Zamora, iniciaba su carrera –breve e intensa- el luego famoso Chafandín; por lo que sabemos, en aquellos días tenía causa formada por raterías y alcahuete, y por un robo con quebrantamiento junto al Pollo, su futuro verdugo, pero aún no se había decantado por el robo en cuadrilla. Martín Polo

(La justicia de Villafáfila formó causa criminal en 1795 contra Luis Rodríguez, Jerónimo Ramos, alias El Pollo, Antonio Barroso, vecinos de la villa y contra el contrabandista llamado Manuel, por robo y destrozos en casa de Manuel Lorenzo Santana (A..R.Ch.V. Crimen C. 654-11). Antonio Barroso contaría con apenas 18 años. Tanto Luis Rodríguez como Jerónimo Ramos estaban en la treintena.)

A finales de octubre de 1798 Chafandín, un desertor de los Voluntarios de Valencia, Antonio Machuca, alias el Sevillano, Periquillo y Gregorión ejecutaron dos robos en el conventín de Rosinos y en Santibáñez, y se dirigieron a cargar; “entrados en Portugal, y lugar llamado Poyaces (sic) donde tenían entonces casa arrendada los contrabandistas (…) se hizo ropa e declarante y con el demás dinero se cargaron dos cargas de tabaco y otra hasta donde alcanzó el caudal de todos en pana, muselina y algunos pañuelos (esto en otro pueblo de Portugal) y tornaron a Poyaces y de aquí se entraron en Castilla por la barca de Saucelle a Ávila de los Caballeros, Peñaranda y otros pueblos adonde Periquillo y Chafandín vendían sus géneros a las personas que tenían conocidas, pues como el declarante era nuevo no le daban parte de las casas y personas que se los tomaban”.

En marzo de 1800 se reunieron Pedro Callao, Juan Francho, alias Juan de las Viñas, Antonio Merino el Malagueño y otros ofreciendo prender, a cambio del indulto, a las principales cuadrillas que en aquel momento asolaban las provincias de Palencia, Valladolid y otras limítrofes, capitaneadas por Chafandín, el Bambo y Periquillo. Los comienzos fueron prometedores, con la detención el día 17 de Gregorio Leonardo alias Gregorión y otros dos compañeros en Villaornate, pero esa misma noche los guardas, “olvidados de su obligación permitieron su fuga”

El 20 de abril de 1800 aconteció un robo en la provincia de Zamora. La víctima fue Francisco Colino, cura de Molezuelas de la Carballeda (Zamora), y los asaltantes una cuadrilla formada por Antonio Barroso Chafandín, Pedro González Periquillo, Gregorio Leonardo, Gregorión, Antonio o Lorenzo González Tejerín y otro compañero no identificado a quien llamaban Morete. Nada supieron en la Chancillería hasta el mes de agosto, cuando el propio cura notificó el robo “sin que la justicia de dicha villa hubiese formado la correspondiente causa ni practicado diligencia alguna”.

 Gregorio Leonardo, Gregorión, se había ofrecido a colaborar en una misión secreta para atrapar a los que fueran sus compañeros, Chafandín y Periquillo, a cambio del indulto completo de su notable historial delictivo confeso. La comisión no tuvo éxito. Francisco Berruezo, oidor al frente de la misma, recelaba de la colaboración de Gregorión. Hacía patrullar a la partida a horas intempestivas, nunca adquiría noticias ciertas y actuales del paradero de los perseguidos y no tardó en comprobar la afección que las gentes de los pueblos le tenían. Supo de primera mano la fundamental dificultad que se ofrecía a quienes quisieran perseguir una cuadrilla: “si no tuvieran estos forajidos tantos receptadores y apasionados, pronto se daría con ellos”. Y abundaba: su arresto “es muy difícil por el mucho número que tienen en todas partes de personas que les oculten y den noticias con fidelidad”. Si a esto añadimos que “Gregorión aunque apunta las cosas nunca las refiere con la ingenuidad y la claridad que debe hacerlo”, la conclusión inmediata parecía clara: era una quimera el éxito de una misión que, en el fondo, no era sino un paripé.

El 29 de abril de 1800 compareció en Valladolid Gregorio Leonardo alias Gregorión a prestar “testimonio reservado (…) hostigado de su conciencia y persuadido a que si confiesa sus delitos que detesta y mira con el mayor horror le perdonará Dios que le crió y el Rey nuestro Señor”. El ofrecimiento cuajó en el indulto real de todos sus delitos (no solo el de contrabando), pero exigía una contrapartida adicional: el compromiso de entregar a sus compañeros, valiéndose de una comisión encubierta. En aquel testimonio, Gregorión detalló con pelos y señales su participación en la comisión de hasta catorce robos junto a Antonio Barroso alias Chafandín, Pedro González alias Periquillo y otros compañeros, así como algunos episodios de resistencia a la tropa que, por si mismos, podían conducirle a la horca, al ser competencia de la justicia militar.

Poco antes de la muerte de Chafandín, un preso, capturado en la casería del Monte de la Torre por el teniente de Voluntarios de Aragón, Pedro Villacampa, hace una declaración reservada donde manifiesta que Antonio Barroso alias Chafandín tenía proyectados varios robos en la provincia, uno de ellos en el convento de monjas del Zarzoso, sabiendo de antemano que “era casa rica [y] que en ella se encerraban muy buenas mozas”. En estas actuaciones, decía, “obraba dicha cuadrilla de acuerdo con la del Maragato y que aun concurriría alguna otra”. Abundando en el asunto, “según nos cuenta este malhechor, cuatro cuadrillas, inclusa la del Maragato y Chafandín van a reunirse para ejecutar con sus espías y receptadores el plan que tienen propuesto”.  El plan no llegó a ejecutarse por la neutralización de dos de sus protagonistas. El 23 de noviembre de 1800 el Pollo asesinaba de un disparo por la espalda a Chafandín en las inmediaciones de Valbuena de Duero, mientras el Maragato y su cuadrilla se entregaban en El Escorial, buscando el indulto.

Este fue el final de la corta e intensa carrera delictiva de Antonio Barroso, alias Chafandín, dando su nombre a la finca donde cayó asesinado, que se ha perpetuado en el nombre de un famoso vino de Ribera de Duero.